Capítulo 10
En el televisor la escena de una ciudad genérica de Estados Unidos en
un tiempo post-apocalíptico había sido detenida mientras era
superpuesto un mensaje que anunciaba que el equipo había sufrido una
nueva derrota. Estaba en el modo cooperativo, de modo que la misma
escena se dividía en dos mitades del televisor.
No había habido ninguna transición entre el momento en que habían
perdido la batalla y encontrarse envueltos en los brazos del otro sobre
el sofá. Marcos no creía que tenía que ver una cosa con la otra, pero le
daba igual. Entre encontrarle sentido a las cosas y lo que estaban
haciendo ahora, la opción era demasiado sencilla. Pero cinco minutos de
intentar que las manos del detective se movieron más allá de la parte
posterior de sus pantalones, no importaba cuánto el joven lo incitara
con movimientos de cadera, Marcos encontraba su paciencia agotándosele.
Era la primera vez que se veían de nuevo desde aquel día y Marcos se
la había estado pasando asistiendo a cumpleaños de compañeros, la
despedida de uno a una universidad fuera de la provincia, y recién había
logrado librarse de sus padres preguntándoles a qué lugar pensaba
inscribirse él y mejor se apurara antes de que fuera tarde. Ya tenía una
idea: nutrición, pero los cursos no empezarían hasta Marzo y era obvio
que sus padres preferían algo más serio. Ni siquiera había fumado en las
doce últimas horas, a sabiendas de que al detective le daba arcadas el
olor, llegando el punto en que prácticamente tenía que contenerse para
comerse sus propios dedos de la necesidad por tener algo circular en sus
labios. El hecho de que hubiera durado media hora desde su llegaba sin
ponerse en ese modo era un verdadero milagro.
Eran casi obscenas las ganas que tenía de ir más lejos y eso era precisamente lo que no estaba pasando.
-¿Qué? –espetó, alejándose.
-¿Qué de qué? –preguntó el detective, cual Chespirito.
Marcos tenía los brazos alrededor de su cuello. Le gustaba pasar los
dedos por los pelos de su nuca y sostenerlo contra sí. Dio un pequeño
salto en su sitio como estaba, haciendo sentir su peso caliente, las
piernas abiertas a cada lado de su cintura.
-¿Vos qué crees?
El detective negó la cabeza de forma sutil, como si lo dirigiera al cuarto, al universo o a la nada.
-¿No te sientes vos un poco raro con esto? No sé si me acabo de acostumbrar.
-¿En serio? –Marcos se mandó calma. No sabía de dónde-. Ya te he
dicho que unos días antes de Navidad ya voy a estar cumpliendo la
mayoría de edad. Vos sos el único que se hace problema por eso.
No podía creer que lo seguían discutiendo. Incluso ese mismo había
tenido que escuchar la remarcación de que ellos no habían nacido en la
misma generación y a sí mismo remarcando a su vez el poco valor que
podía darle.
-Once años no es poco –Icaro lo miraba angustiado. Tenía ganas, Marcos
podía verlo en sus ojos marrones y en la elevación entre sus pantalones,
pero aun así se restringía-. Cualquiera que me ve va a creer que ando
de asaltacunas.
Marcos suspiró. Largo y profundo.
-Y a mí qué me importa, carajo. No le vamos a decir a nadie de todos
modos, ¿no? –Se adelantó, besándole la boca. ¿Cuánto tiempo había
perdido mirándolo y hablando, mirando y sin tocar, queriendo eso, a
alguien, a él?-. Sólo van a ser tres semanas. Luego todo el mundo se
puede ir a la mierda si no le gusta.
-Tus viejos me van a matar.
Pero aun así lo abrazaba. Marcos se sonrió un poco. Todavía podía tener sentido del humor.
-A lo mejor –Se rió más fuerte cuando vio al detective sufrir por la
perspectiva-. No, hombre, sólo te jodo. Si soy mayor de edad, pues van a
tener que aguantarse. Tampoco es que se los voy a estar anunciando por
todo lo alto apenas sople las velitas. Ya voy a ver cómo se los digo y
cuándo. De eso deja que yo me encargue –Le abrazó de vuelta, apoyando la
cabeza contra su hombro. Su colonia, nunca había olido tan cerca.
Estaba feliz así. Y caliente. Pero todo feliz. No se imaginaba ninguna
idea que podría mancharlo-. Si vos quieres estar conmigo y yo con vos,
que se vayan todos a la mierda. No hacemos nada malo.
-Siempre tan romántico, ¿no? –Icaro le rodeó la espalda y le frotó la
mejilla con un par de dedos, despejándole el rostro de algunos
mechones-. No me dejo de acordar que para vos yo soy un viejo.
De saber que incluso ahora el detective se lo tomaría en serio se
habría ahorrado de comentar algo así. Le pasó las manos por el pecho y
le dio un estremecimiento reconocer que todavía llevaba por lo menos dos
capas de vendas debajo. Al menos eran delgadas y no tenían un puño de
algodón debajo, por lo que ya debería estar cumpliendo una medida
preventiva más que enteramente necesaria.
-Sólo te lo decía de joda. Sabes que siempre me has gustado un poco, ¿no?
-¿En serio? –El detective arqueó una ceja-. Es la primera vez que me entero.
-Si no sos un espanto tampoco, hombre. Tengo ojos y para algo me sirven –Tras unos segundos de dudar, preguntó-: ¿Y vos?
-¿Si me pareces lindo? No, para nada. Lo mío siempre ha sido puro y
más allá de lo meramente superficial. Siento que no seas tan profundo
como yo.
El detective se rió cuando el más joven le dio un golpe al hombro. El
mayor le atrapó la mano cuando trató de retirarla y la encerró dentro
de la suya suavemente.
-Me pareces precioso –dijo con simpleza. Marcos bajó la vista, a
sabiendas de que lo que percibía bajo la piel era un subidón de calor
indeseable. No era la primera vez que alguien en la vida se o decía y ni
siquiera viniendo de un posible ligue, pero el hecho de que se
conocieran por algo más que ello lo volvía diferente en una muy estúpida
manera-. Incluso si el punk no es mi estilo favorito, a vos se me hace
que te queda muy bien. No sé, como lindo. ¿Con eso sería suficiente?
-¿Qué pasaría si no te hubiera dicho nada? –preguntó Marcos,
irguiendo la cabeza pero bajando la vista-. En realidad ya te había
visto besándome y veía que a vos te gustaba, pero en realidad… si me
hacía el que no vio nada, ¿se habría dado algo?
-No me preguntes ese tipo de cosas porque no tengo idea –El mayor
suspiró-. Puede que se haya terminado dando solo. En algún momento,
cuando realmente tuvieras dieciocho y, si seguíamos como hasta ahora,
llevándonos bien, a lo mejor se me terminaba ocurriendo invitarte a
algún lado y preguntarte si querías algo más. Puede que lo único que has
hecho haya sido adelantar un poco las cosas. Puede ser, ¿por qué no?
-¿Cómo lo habrías hecho?
-Preguntándote, ¿cómo más? ¿Qué, querías un discurso?
Marcos miraba sus manos juntas.
-No, está bien –Presionó su nariz contra su cuello y trató de
dirigirle hacia su entrepierna, contra la cual todavía se sentía muy
presionado. Le hizo abrir al otro los dedos y rodear el bulto bajo el
cierre de su pantalón, buscando un más firme contacto. Prácticamente él
lo hacía todo-. Deja de joderte la cabeza. No estás abusando de un
pendejo.
-Ya sé –Icaro volvió a besarlo y lo apretó justo como pretendía-. Supongo que será cuestión de acostumbrarse, ¿no?
-Sí, boludo.
Marcos empezó a jadear cuando sintió el calor de la palma del
detective contra su entrepierna cubierta por la ropa interior. Icaro le
lamió los labios, ganando en confianza con sus movimientos y los
resultados positivos que veía en su compañero. Mientras seguía con ello,
Marcos empezó a manosear en busca de la forma para deshacerse de su
cinturón.
Entonces una voz electrónica comenzó a cantar sobre cuánto necesitaba
cocaína. El sonido salía del sofá al lado de las piernas de Marcos.
Este chasqueó la lengua y rezongó en frustración, extendiendo la mano
para tomar el celular y leer rápidamente el contacto identificada en la
pantalla. Icaro miró el reloj en su muñeca. Ya estaba empezando a ser de
noche.
-Tus viejos –dedujo.
-Sí. La reputa que lo parió –maldijo Marcos, saliendo de su lugar
sobre el detective y sentándose al otro lado del sofá antes de
responder-. Ma –Escuchó lo que le decían en otro lado. Icaro se pasó las
dos manos por el rostro, tratando de recuperar algo de calma general-.
Sí, todo bien. ¿En serio? ¿Ahora? Meta. Bueno, le digo que me lleve.
Chau.
Colgó suspirando y echando la cabeza hacia atrás.
-No se vale –se quejó, exagerando un lloriqueo.
El detective torció el labio. Le dio una palmada resignada en el muslo.
-Ni modo, quedará para otro momento. De todos modos ya es muy tarde.
Marcos le tomó la mano y se la agitó como un muñeco al que se negara a soltar.
-No se vale –repitió-. ¿Y si digo de una que me quiero quedar en la casa de mi novio?
Icaro lo miró inclinando la cabeza.
-¿De tu novio mayor por once años, que encima se supone que es el
adulto responsable de vos en una investigación criminal? Sí, por qué no.
No quería vivir para mañana de todos modos.
Marcos le arrojó su mano de vuelta en ademán enojado.
-No te pongas así –Icaro le acarició la sien rasurada y le tocó con
sus dedos en medio del cabello levantado-. No te he dicho que no, ¿no?
Nada más va a tener que ser en otra oportunidad.
Marcos se liberó de su toque y se levantó del sofá, subiéndose el
cierre del pantalón y acomodándoselo. Se estiró mirando la pantalla.
Ausentemente pensó que si tan sólo se le hubiera ocurrido dejar el juego
para más tarde no habrían llegado hasta más allá de los diez sin
avanzar en la dirección que más habría preferido. “No tengo mucho
tiempo, ya sabes”, pensó, masticando esas palabras, negándose a
pronunciar semejante chantaje pero incapaz de no sentir el picor de esa
certeza. Y a pesar de todas sus charlas sobre darle igual el resto del
mundo, eso nunca podría ser verdad. Ellos también eran parte del mundo.
Iba a fumarse tres cajas apenas llegara a casa. Lo necesitaba.
-Vamos –dijo.
Llegaron a su casa mientras en el estéreo del automóvil sonaba
Rammstein hablando de incesto en alemán. El detective miró a las luces
prendidas y luego al más joven.
-¿Estás bien vos? –preguntó.
-Sí –respondió Marcos, como admitiéndolo a su pesar-. Estoy jodido nomás.
-Yo también, no creas –El detective exhaló con cansancio-. Pero así tiene que ser. Que descanses.
Marcos se volvió a él con una sonrisa socarrona.
-La primera vez que me dices eso al dejarme en casa –notó.
-¿En serio? ¿Y qué con eso? ¿No te lo puedo decir?
-No, no tiene nada de malo. Nada más me ha hecho gracia –Abrió la
puerta del automóvil y salió al exterior. Se inclinó un poco para
hablarle por la ventana abierta-. Que descanses igual. ¿Nos vemos
mañana?
El detective miró por encima de su hombro y presionó un botón en el
tablero para acabar de bajar el vidrio. Se inclinó hacia su lado y
Marcos entendió que debía hacerlo a su vez. Se encontraron a medio
camino, y aunque el joven sentía contra su vientre la presión del marco
de la ventana y era una posición en general de lo más incómoda, se
encontró sonriendo después de la despedida.
-Sí –dijo el detective y le sonrió.
Esa noche, en su cama, pensando en todas las cosas que podría hacer
de vivir por su cuenta y no necesariamente solo, de pronto a Marcos le
invadió la imagen violentamente clara del estacionamiento de un
supermercado. El sitio estaba casi abandonado, lleno de luz diluida en
nubes de un potente sol. El edificio del supermercado era largo y ancho,
ocupando casi toda la cuadra. Lo vio desde el ángulo a la izquierda, la
gasolinera y estación de servicio asomándose por un costado. Lo vio
desde el frente, las barras de hierro que rodeaban los vehículos y los
toldos, la mayoría rotos y de un color verde botella, esperando servir
de refugio contra el cielo. La entrada principal adonde se encendía el
cartel luminoso con el nombre en colores primarios, teniendo a un lado,
ordenados en fila a los carritos para las compras.
Fueron como tres instantáneas que alguien se empeñara en pegar en
frente de sus ojos, permitiéndole incluso detenerse a contemplar bien
que fuera el lugar que creía y acabar de relacionarlo con sus propios
recuerdos. Marcos no tuvo idea de si lo vio justo antes de dormir o si
lo vio mientras dormía, pero las imágenes siguieron impresas como un
vívido sueño al levantarse.
—
La segunda vez que lo interrumpieron, pretendiendo justamente
evitarlas, Marcos había conseguido que directamente empezaran en la
pieza del detective y sobre su cama de tamaño matrimonial. Icaro le
aclaró que era una diferente a la que tenía desde antes de divorciarse y
más producto de simple capricho que porque de verdad tuviera esperanzas
de usarla con alguien pronto. Marcos preguntó si después la había
estrenado con alguien y el detective, mirándole de reojo, respondió que
en realidad no. En tono ligero y bromista, el joven preguntó si se la
había estrenado a otros antes.
El detective se tardó en responderle tanto tiempo que Marcos empezó a
imaginarse que le iba a decir que eran tantos que ya se le había
olvidado el número exacto. De ser así, no pensaba tener una opinión
defectuosa del mayor por ello. No se consideraba ningún ángel moralista
para cosa semejante, sobretodo recordando sus propios jugueteos (dos
veces con hombres que podrían tener la edad de Icaro o incluso más, pero
jamás pudo comprobarlo con exactitud) en baños, callejones y lo que
tocara en lo que se sintiera lo bastante cómodo. Lo que sinceramente no
se esperaba fue lo que en la realidad acabó escuchando.
-No sé si vas a creerme, pero vos vas a ser el primero desde
Antonio–Marcos no pudo sino mirarlo, sorprendido. El detective tenía una
mano rascándose distraídamente la barbilla-. Nunca he sido muy de las
citas casuales. Soy medio paranoico con invitar a cualquier que no
conozco a casa o con ir a la casa de gente extraña. No dejo pensar que
sería la cosa más sencilla del mundo que vayan por un forro al baño y
vuelvan con un cuchillo listo para castrarte. O que te peguen cualquier
cosa. ¿Sabes que algunas enfermedades ni siquiera se pueden prevenir con
un forro? A menos que te cubras también las pelotas y eso como que ya
no da…
-Para, por favor –Marcos arqueó una ceja, quitándose la campera y
dejándola encima de una cómoda-. Por favor, para. Tanta charla caliente
me va a volver loco. Mira qué cochinadas me dices. Ya voy a quitarme los
pantalones, por favor, no sigas.
El detective se rió un poco de sí mismo.
-No es que haya sido un inocente antes de Antonio tampoco. Pero
mientras más y más uno va oyendo cosas, pues como que no hay muchas
ganas de ir arriesgando por ahí. Y no sé, creo que en general
sencillamente no hubo muchas oportunidades.
Marcos se sentó a la cama. Se sentía bastante firme, pero al dar un
salto el movimiento era suave, acoplándose a su peso respecto al resto
libre. Miró a las paredes, una sola con posteres de bandas de metal y
una de Final Fantasy VII. Se veían viejas, con marcas blancas por donde
las habían doblado, y los bordes rotos. Habían sido despegadas y vueltas
a pegar en el pasado.
-Pues no me iras a pedir un examen físico a mí –dijo el joven-.
Supongo que me puedo hacer uno, pero ¿para qué? Lo que he hecho antes
nunca me ha dejado nada. Lo he visto en Internet y no tengo síntomas de
nada. Y la última vez que hice nada fue como hace casi cuatro meses.
-No sé si decir que has tenido buena suerte o no –comentó el mayor-.
Cuando tenía quince para arriba era directamente impensable ligar en los
boliches que había entonces. Eran más las veces que te pegaban la
paliza antes que nada. En la universidad se hace más fácil, porque a
todo mundo como que ya le da un poco igual, pero antes de eso, no, muy
difícil. Por lo menos aquí.
El detective extendió la mano para acariciarle el mohicano. Marcos se
la tomó y tiró hacia él, acercándolo al espacio entre sus piernas.
Levantó la mirada. El mayor le pasó el pulgar por los labios y Marcos,
entendiendo, se lo mordió juguetonamente. Colocó ambas manos a su
cintura, sintiendo los músculos bajo la ropa.
-¿Estás entusiasmado, no? –dijo Icaro con una nota de satisfacción.
-Puede ser. ¿Qué vas a hacer al respecto? –Marcos se sonrojó un poco diciendo esa línea, pero supo mantener el tono desafiante.
Icaro se inclinó hacia él para besarlo, acomodándose arriba de él
mientras lo empujaba sobre el colchón. Marcos sabía que el retumbar de
su pecho eran los puros nervios, pero más que nada percibía una extraña
calma sobrecogedora, como si hubiera regresado a algo que le hacía
falta. Por un momento tuvo que parpadear, confundido por esa idea, pero
el detective continuó besándole, obligándolo a olvidarse de semejante
estupidez y anclarse en el presente. Los labios pronto se humedecieron
una contra otros e incluso los raspones de la barba candado enviaban
cosquilleos placenteros, sobretodo a medida que tomaba de la nuca al
detective para meterle más fuerza al asunto. De pronto tenía una mano
encima de su propio estómago empezando a subirle la camiseta y Marcos
levantó las caderas y luego la espalda para dejar pasar la tela sobre su
cabeza. Apenas había levantado los brazos cuando un sorpresivo grito
ronco acompañado de guitarras eléctricas sonó espantosamente alto y
fuerte, aturdiéndolo.
Le sorprendió, pero, a pesar de eso, supo reconocerlo. El celular de Icaro, que ahora el detective iba a atender.
-No, me estás jodiendo –dijo.
-Deja que vea –respondió Icaro, leyendo el contacto.
De pronto la expresión de su rostro se volvió seria y Marcos supo,
sin necesidad de ninguna premonición, que esa era la segunda vez ya.
Doce horas sin su paquete de cigarrillos tiradas a la basura.
-Me cago en la puta –masculló para sí mientras el detective volvía a sentarse en la cama, a su lado, y atendía.
-Doctora –dijo Icaro. Marcos se irguió al instante, bajándose la
remera. ¿Una verdadera emergencia?-. ¿Dónde? ¿Están seguros? –El
detective se apretó ligeramente la boca, reflexivo-. ¿Hace cuánto? –Unos
segundos más tarde-. Voy allá.
-¿Quién se ha muerto? –soltó Marcos antes de recordarse de la
profesión de con quién hablaba y que, en su caso, la pregunta bien podía
ser literal. Icaro se levantó de la cama y buscó su campera-. Espera,
chango. ¿Qué pasó?
-Creen que es de nuevo la puta loca –dijo, pasándole la prenda-. Sólo
ha dejado el cuerpo y ni rastros de ella. Parece lo mismo de siempre,
aunque no van a saberlo hasta que le hagan la autopsia. Era un hombre de
cuarenta cuyos hijos habían denunciado su desaparición hace dos
semanas. La doctora me llamó apenas tuvo la noticia. Vamos a ir allá a
ver qué conseguimos.
Marcos se detuvo de enmangarse el otro brazo en mitad del movimiento.
-¿Has dicho vamos? –dijo, más extrañado que nada.
-Sí, puede que llegues a ver algo nuevo si la escena está fresca. Por
supuesto que vos sólo te vas a quedar en el auto, adentro, y ni se te
ocurra salir de ahí, ¿de acuerdo?
-Ah, pero entonces no voy a ver mucho –protestó Marcos.
El detective frunció el ceño.
-No es un espectáculo de una obra, Marcos. Alguien se ha muerto y
puede que la asesina siga por ahí, riéndose de nosotros los pelotudos
porque no la hemos agarrado. Podría andar con un arma. No te pienso
dejar solo por ahí con esa puta –Marcos bajó la cabeza, acabando de
vestirse. El detective continuó en tono conciliatorio-. ¿Vas a querer
venir?
-Sí –admitió Marcos, negándose a levantar la vista a reconocer su sonrojo.
El mayor se quedó un momento más de pie, como si no se le ocurriera
qué más agregarle, y, al final, se volvió a la sala buscando las llaves
del auto.
A Marcos le sorprendió ver que todavía había luz del sol afuera, las
evidencias del verano tal como lo conocían. Un revoltijo en sus tripas
le hizo dudar de su decisión de acompañar al detective, aunque sólo
fuera desde el automóvil, pero se decidió a remover esas ideas de la
mente, por lo menos del escenario principal. Tenía que recordar que era a
eso a lo que se había comprometido, no en la pieza sino cuando se
rindió a la insistencia del mayor en que podría hacer algo bueno con sus
visiones, incluso si estos no tenían que ver con la loca de mierda. Y
ahora que de verdad lo hacía, después de tanto tiempo en silencio, tenía
una oportunidad única de encontrar algo que no había visto antes.
En el auto Icaro le indicó que se pusiera el cinturón de seguridad.
-¿Es en los lugares de siempre? –preguntó Marcos en cuanto arrancaron-. ¿Las carreteras en las fronteras?
-Sí, como siempre. ¿Por qué?
-Nada. Es que creí que podría tener con el supermercado de la calle Urquiza.
-¿Y eso?
-Es lo que he estado soñando y viendo despierto más seguido. Como
cuando leí lo del motel Sarmiento en el diario antes de tenerlo.
-¿Y no sabes por qué? ¿Sólo lo has visto, de un flashazo, y nada más? ¿Ni siquiera sabes si tiene que ver con esta enferma?
-Justamente. La mayoría de las veces al menos tengo una idea de por
qué algo es importante, pero esta vez no me quieren decir ni una
palabra. Igual es como si me hubiera obsesionado con una pintura bonita.
-¿Lo ves al edificio normal? ¿No le ha caído una bomba, no está pintado de otro color, no hay liquidación, algo así?
Marcos hizo una mueca.
-Si le hubiera caído una bomba ya tendría que ser boludo para no
darme cuenta de por qué es importante y a vos te habría dicho de una que
ni en pedo quieras ir ahí de nuevo.
Icaro estuvo a punto de girar los ojos pero se contuvo.
-De acuerdo, sí, tienes razón –dijo, tras un suspiro-. ¿Entonces? ¿Nada extraño?
-Normalito –aclaró con un tono que no admitía replica-. Como todos
los días. Si te digo que no tengo idea de más es porque no lo sé y no
puedo averiguar más.
-De todos modos lo tomaré en cuenta –concluyó el mayor-. Y puede que
igual acabe comprando las cosas en otro lado. En un kiosco de la esquina
a lo mejor.
Marcos se mordió los labios para no decir que lo prefería mucho más
así. Era domingo y, como era habitual en un día así, apenas había autos
en movimiento por las calles, por lo que no tuvieron que pasar por
ningún embotellamiento ni atrasos parecidos.
Empezó a mover la pierna de arriba abajo, subiendo el talón. Llegaron
unos veinte minutos más tarde, habiendo visto parte de la escena
incluso a la distancia. Los autos policiales y algunos en motocicleta,
mientras la ambulancia estaba ahí para cumplir con las formalidades
necesarias. Mientras Icaro buscaba un lugar adónde acomodarse Marcos
observó por la ventana al cuerpo tirado, cubierto por una lona azul.
Finalmente se detuvieron.
-Voy a hablar con alguna gente y ver el panorama general –indicó Icaro-. Vos fíjate en lo que puedas y no te muevas de aquí.
Estuvo a punto de marcharse, pero de pronto Marcos extendió el brazo para evitar que se quitara el cinturón.
-De casualidad no tienes un chaleco anti balas, ¿que no?–preguntó-. O cualquier cosa parecida.
El detective sonrió de medio lado.
-No. Cuesta más conseguirlos cuando no se está con la policía.
-Entonces mantenete cerca de las personas, mientras más rodeado mejor. No vayas solo por ahí tratando de buscarla.
Icaro lo miró y Marcos le sostuvo la mirada. El pequeño intercambio duró unos segundos antes de que el otro cabeceara.
-Ya vas aprendiendo a ser un paranoico profesional.
-Vete a la mierda –Marcos le liberó-. Con dos agujeros de sobra ya es suficiente.
-¿Sabes que eso luego se cicatriza, no?
-Sabes que te voy a matar si te pasa algo, ¿no?
Icaro se echó a reír, demasiado fuerte y obvio para el gusto del
adolescente, quien tuvo que darle un puñetazo al hombro como forma de
respuesta.
-Perdón, perdón, perdón –dijo el detective, frotándose-. Es que por un segundo me has parecido demasiado lindo.
Los colores se le subieron por el rostro al más joven.
-¡Anda a cagar! –rabió Marcos-. Andate y que te pegue un tiro la concha de tu madre.
-Ay, mierda –Icaro se limpió las lágrimas de risa. Carraspeó por un
rato, recuperando la compostura, aunque la sonrisa se negaba a irse-.
Bueno, bueno. Ya estuvo. Ejem. Vos quédate tranquilo que todo va a estar
bien.
-Más te vale, pajero.
La sonrisa risueña se amplió.
-Yo también te quiero –pronunció el detective, saliendo del vehículo sin darle la oportunidad de responder.
Marcos miró con odio mal contenido la puerta.
-Será pendejo –escupió.
Se liberó de su propio cinturón dándole un empuje a la cinta, dejando
que se volviera a su sitio original. Abrió inmediatamente la ventana
para airear algo del ambiente sofocante. Se golpeó las rodillas con los
nudillos y se forzó a tomar una respiración muy profunda. No necesitaba
un estado de calma especial para ver lo que necesitaba, no la mayoría de
las veces. Afuera no sólo había miembros de los cuerpos oficiales de la
ley sino grupos de periodistas reuniéndose en torno a las voces
principales, extendiendo sus dispositivos de grabación a centímetros de
sus rostros para recoger cualquier iniciativa.
Después de todo el revuelo que se había armado gracias a la
Fronteriza, desde las denuncias por las víctimas sin nombre hasta otras
acusaciones que de las que todavía no había pruebas pero se creí a todo
mundo culpable, incluyendo el mero morbo popular, varias portadas iban a
compartir un mismo tema sin importar el nivel de su seriedad o falta de
ella. Una vez había llegado a tener una visión de sí mismo viendo los
apuntes de una carrera de Comunicación. Sólo la había visto una vez y,
de modo que no la había ido a cumplir, ya no regresó nunca más. A veces
prefería tomarlas como cartas de sugerencias en lugar de descripciones
específicas e inevitables.
De Nutrición era justamente una de las pocas carreras de las que
nunca había recibido sugerencias. De modo que decidió tomarla. Había
hablado con sus padres sobre curiosidad sobre las cosas sanas, sobre
tener un trabajo para ayudar a la gente, pero en realidad no había
tenido mayor motivación.
Desde afuera le tocaron la ventana del asiento opuesto. Marcos bajó el vidrio para ver a Icaro inclinándose.
-No es ella –informó el detective.
-¿Cómo saben? –quiso asegurarse Marcos.
-Porque faltan las marcas en la espalda, la ropa está horrible y la
causa de muerte ha sido un disparo a un costado de la cabeza, no en la
frente como todas las otras víctimas. Podría creer que ahora que ha sido
descubierta la enferma no quería perder el tiempo ahora, pero todos
esos fueron detalles que, primero, nunca se filtraron y, segundo, forman
parte de su modus operandi. En estos casos dicen que los asesinos
evolucionan, pero esto es un retroceso. De todos modos, van a decir a
los medios que sospechan una venganza mafiosa.
-¿Y no podría ser que ella lo cambiara a propósito? –sugirió el más joven-. Para hacerse la boluda.
-No, ella no –Icaro observaba a sus alrededor, como si todavía
esperara verla en cualquier momento-. Se me hace que esto le va a
parecer un plagio barato. No le va a gustar nada. Los locos como ella
tienen demasiado ego para su conveniencia. Puede que esto sea
conveniente porque una loca enojada es mucho más volátil que una
tranquila.
El detective suspiró y se volvió a meter en el automóvil. ¿Iban a irse tan pronto?
-¿Ya terminaste?
-Voy a investigar a la familia a ver qué averiguo. La verdad la
teoría de la venganza mafiosa por ahora se me hace lo más posible. A lo
mejor creyeron que copiando a la Fronteriza podía pasar por un trabajo
suyo. O es otro loco imitando.
-Perfecto –exhaló Marcos, cansado.
—
El día en que escogió ir fue el domingo siguiente. No lo iba a llamar
a Icaro. No tenía idea de si había algún peligro real, nada de sus
visiones se lo sugería, pero para variar iba a ser él que fuera a
investigar por su cuenta en lugar de esperar que las respuestas le
llegaran. Después de bajar del remis reconoció la entrada posterior, la
misma que estaba conectada con el bazar para elementos materiales del
hogar. El estacionamiento sólo tenía algunos automóviles y motocicletas
esperando por sus dueños. Los perros callejeros dormían refugiados por
las sombras con las patas extendidas y las lenguas afuera.
Dio un par de vueltas por el estacionamiento, mirando de vez en
cuando el celular. De ser cualquier otra circunstancia se había ido al
poco rato para evitarse un mayor aburrimiento, pero el recuerdo del
maldito motel Sarmiento, si que al final iba a significar algo, le
impedía marcharse en paz. Las imágenes concordaban a la perfección.
Al cabo de otra media hora de aguantar la espera, decidió que entrar a
comprar una botella de gaseosa no podía representar un problema. El
alivio del aire acondicionado fue más que bienvenido. Pero antes de
entrar a la zona de los productos volvió a asaltarle una nueva imagen.
Lo primero que supo reconocer fue el cartel del baño de hombres. Al
llegar hasta ahí no vio a ninguna persona entrar o salir, pero no tenía
forma de saber si no había ya alguien adentro. Un espacio cerrado lejos
de la mayoría de las personas. De pronto se sintió indefenso.
Trató de conseguir una respuesta sobre qué podía encontrar y para
qué, pero no había caso. En tratar de preguntarse acerca de un futuro
cercano recibía la misma cantidad de respuestas. Sólo por si acaso
preparó el celular para llamar directamente a Icaro con sólo presionar
un botón. Podía marcharse y olvidarse de eso. Nada le estaba forzando a
seguir esa visión en particular, excepto por la insistencia en que se
hacía presente. Lo malo era que esa era toda la razón que necesitaba.
Tomó una respiración profunda y empujó la puerta. No se dio cuenta de
que el celular se apagaba completamente. Había cuatro compartimientos
para el inodoro, incluyendo uno para discapacitados y tres orinadores.
No veía ningún pie por debajo. ¿Eso era todo? Se miró fugazmente en el
espejo y, con algo de alivio, se arregló la remera fuera del pantalón.
No había nada que él pudiera ver.
¿Quizá se suponía que debía esperar afuera? Se volvió hacia la puerta.
Nunca salió por ella.
Cuando unos minutos más tarde un padre entró con su hijo, el padre se alegró de que no hubiera nadie adentro.
¿Quizá se suponía que debía esperar afuera? Se volvió hacia la puerta.
Nunca salió por ella.
Cuando unos minutos más tarde un padre entró con su hijo, el padre se alegró de que no hubiera nadie adentro.
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